Juan Carlos Chico, fotógrafo palmero afincado en Tenerife; desde joven ha mostrado interés por el cuerpo humano y la naturaleza, buscando belleza en las líneas puras del cuerpo, siendo una de sus facetas más prolíficas, dedicándole buena parte de su obra.
En este trabajo, EL JARDÍN DE LOS DIOSES, el autor ahonda en el sentido divino del cuerpo humano, representado por una pléyade de dioses y diosas de panteones del mundo greco romano, africano, europeo y oriental.
Desde que el ser humano tiene consciencia de si mismo como ente único, finito y mortal, comienza a hacerse preguntas que no tienen respuesta. Esta visión onírica y sobrenatural de las deidades,
se manifiesta en un sentimiento reverencial por aquello que nos resulta desconocido y que de alguna manera rige nuestros designios.
Con su visión, el fotógrafo nos reconecta a través de la belleza y la calma de las imágenes, con ese sentimiento que tenemos de lo espiritual y lo divino.
En El jardín de los dioses, Juan Carlos Chico propone una reinterpretación de algunas de las deidades míticas más significativas de diferentes culturas antiguas. En su particular propuesta, la desnudez de los cuerpos remite a un edén primigenio donde las divinidades representaban la armonía con los elementos del universo. De ahí que lo femenino prime en las figuras de esta mitología reinventada por el ojo del artista, haciendo énfasis en todo aquello que nos vincula a la tierra, a los principios que componen el germen de la vida: la belleza, la sensualidad, el amor, la fertilidad.
Los frutos y elementos florales y vegetales que se escogen como atributos divinos se entrelazan con las formas humanas en elegante simbiosis, consiguiendo materializar en cada imagen ese vínculo sagrado entre los seres de la creación. Los colores intensos sobre los que se perfilan esos cuerpos -rojos, verdes, azules, violetas- recuerdan en sus más variados matices los elementos fundamentales -fuego, tierra, aire, agua-, lo que nos retrotrae al significado original de las divinidades como encarnaciones simbólicas de fenómenos de la naturaleza y de las pasiones y deseos humanos, esos que rigen los ciclos de la vida y la muerte. Cada una de ellas irradia un sosegado equilibrio acorde con esa función propiciatoria y protectora a la que siempre nos hemos acogido en nuestra precaria condición de seres finitos y vulnerables.
La atmósfera de las fotografías nos sitúa, pues, en un espacio ambiguo, entre lo carnal y lo místico, muy sugerente: las figuras divinas aparecen recortadas sobre un halo vaporoso, como si flotaran en el éter, ese fluido celeste de donde surgen la luz y el calor que les infunden su carácter trascendente. En cierto modo, los distintos colores de piel y tipos raciales de las divinidades que retrata Juan Carlos Chico en este jardín edénico parecen querer recordarnos los estrechos lazos que unen a humanos y dioses y cómo nuestros destinos están indisolublemente ligados al de la naturaleza que da sentido a nuestra existencia. Una exquisita manera de atraer la mirada del espectador hacia la íntima comunión con la exuberante diversidad de lo creado y una llamada a salvaguardar los hilos de ese tejido sutil de la vida que funde lo sobrenatural y lo terrenal y que constituye nuestra esencia más genuina.
Ricardo Hernández Bravo.